miércoles, 16 de junio de 2010

14 de junio 010, lunes.

Fui a pasear a las perras y casi me mato porque decidí subir por el costado de las canteras del parque Rodó, quería mirar el horizonte desde ahí arriba. Y me sobreestimé, intenté subir por un lugar de terreno bastante irregular, y pese a que la subida es muy empinada, pensé que podía. En la mitad de la subida empecé a resbalar, porque con todo lo que había llovido estaba muy barroso y me imaginé bajando de panza, en un patinaje embarrado y humillante. Y encima seguro que aparecía alguien a ayudarme, seguro. Por suerte pude dar la vuelta y bajar del promontorio con un salto elegante. Busqué otro lugar más propicio para intentar la subida y encontré un camino de pedregullo que subía casi hasta el tope del montículo. El resto, era una especie de tajo en el césped, de barro y piedras, formado por el arrastre del agua de lluvia. Cuando casi alcanzaba la cima, sentí que mi pie derecho resbalaba en el barro, hacia abajo sin encontrar un obstáculo firme donde apoyarse. En ese momento ya estaba muy alto y la resbalada no iba a ser suave. Con las manos tampoco llegaba a ninguna piedra ni a nada que pudiera salvarme de la caída. Con desesperación sentí que mi pie siguió resbalando –y mi cuerpo atrás de mi pie, claro, sin querer dejarlo ir solo, es más, añadiendo todo mi peso a la resbalada. Hasta que una piedra salvadora interrumpió el descenso. Me quedé apoyada en la piedra buscando algo donde aferrarme. Hasta que vi una raíz larga, la tanteé y estaba firme, subí unos  veinte centímetros y vi otra piedra, también firme, y apoyé en ella mi pie izquierdo. Me quedaría medio metro para completar la subida y llegar a un terreno horizontal. Busqué, y apareció. Otra piedra. Firme. Un último impulso, y me senté en el pasto húmedo, triunfante. Miré y vi la cuidad, la bahía y el Cerro de Montevideo. Un cielo oscuro, renegrido, remarcaba en el mar la línea del horizonte. Es linda la vista desde ahí arriba. Valió la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario